La grande belleza (2013), sexta película del
director napolitano Paolo Sorrentino
(Il Divo; Un lugar donde quedarse), es una obra de arte
potente, hipnótica, sarcástica e infinitamente bella. Se ha convertido, parar casi todos, en
estandarte principal del nuevo cine italiano, y de los últimos años. Ha
cosechado muy buenas críticas y buena acogida internacional, así como el Oscar
a mejor película de habla no inglesa (siendo el décimo cuarto para Italia).
Sorrentino destila sensatez con
su cine. La gran belleza es un
ejercicio intelectual que requiere la máxima atención para apreciar todos los
matices que contiene, pero con un contenido y tratamiento abarcable para casi
todo el público adulto, paciente y ávido de cultura. La belleza plástica que el
director de fotografía Luca Bigazzi
aplica a la película es un elemento que llega a los límites del preciosismo y
está presente en la totalidad del filme. Éste no se limita a presenciar los predecibles
escenarios de gran belleza italiana, sino que también nos muestra las miserias
de la sociedad desde un tono de humor negro muy sutil que se trasmite por medio
de increíbles diálogos entre las grandes figuras culturales e intelectuales de
una Roma situada en un futuro cercano, como se deja intuir en ciertos momentos
de la película (véase la secuencia en la clínica de cirugía plástica "exprés").
La gran belleza trata del inicio en la tercera
edad de Jep Gambardella, periodista
refutado y escritor de la que fue su única novela (El aparato humano), con la que adquirió notoriedad en el mundillo
artístico romano. Gambardella se codea con la élite cultural romana y deambula
sin rumbo entre sus historias, sus tristezas y sus muertes; una élite cultural
bella y grandilocuente, pero que se droga, va de putas, es hipócrita y, sobre
todo, esperpéntica. Gambardella es un personaje tranquilo y observador, que se
pasea por sus rincones favoritos de Roma, ciudad que contempla desde su ático
situado junto al coliseo y, como dice Jep: “rodeado de instituciones
religiosas”, haciendo clara referencia con sorna a la cantidad de conventos e
iglesias de toda Roma.
Nuestro protagonista se nos
presenta muy sabio, muy querido por todos y muy cínico. Como ya apuntábamos
anteriormente, el mensaje y tono de la película está muy bien llevado por unos
diálogos escritos de manera muy cuidada, ingeniosos y sonoramente potentes; la
cháchara y verborrea que tienen ciertos allegados a Gambardella tienen un punto
de hipocresía desmantelada siempre por el protagonista, que mantiene una
actitud pasiva frente a todos, que están desbordados por sus miserias y
problemas, problemas que suele conllevar la vida, y que Jep ya ha asimilado.
Sufre también, pero siempre lo vemos situado un paso por delante del resto, que
se empeña en seguir engañándose a sí mismo. Impresionante el discurso que le
suelta a Stefania, que remata con la conclusión perfecta para esta idea
presente durante todo el metraje:
“Stefà. Madre y
mujer. Tienes 53 años y una vida devastada. Como todos nosotros. Así que en
lugar de darnos clases de ética y mirarnos con antipatía, deberías mirarnos con
afecto. Estamos todos bajo el umbral de la desesperación. No tenemos más
remedio que mirarnos a la cara, hacernos compañía, tomarnos el pelo”.
Desde
el comienzo, La gran belleza es
atrapante a más no poder. Partiendo de una cita de Louis-Ferdinand Celine en Viaje al centro de la tierra,
que anticipa bastante el mensaje de la película (con numerosas referencias
sugerentes a grandes escritores clásicos, música culta y arte en general),
Paolo Sorrentino nos empieza a deslizar grácilmente por los alrededores de la
plaza Giuseppe Garibaldi, decorada con unos personajes mínimamente pintorescos
que admiran las letras de Roma o morte de
la estatua (otro guiño a Jep Gambardella, que vivirá en Roma casi toda su vida
en busca de la gran belleza). El manejo ágil de la cámara en esta presentación
del filme, endulzada con un clasicismo en la forma muy meticuloso y el elemento
musical (tan importante siempre en el cine de Sorrentino) del coro de ópera que
nos canta de un modo tan cautivador (y al que vemos), se unen causando en el
espectador el síndrome de Stendhal:
enfermedad sicosomática que produce el aumento del ritmo cardíaco, vértigo, confusión,
depresiones e incluso alucinaciones cuando se es testigo de obras de arte,
paisajes, cosas de gran belleza.
De esta escena de paz y belleza,
pasamos al esperpento. La esperpéntica fiesta que Paolo Sorrentino nos brinda
esta larga introducción es, quizá, la fiesta mejor rodada de la historia del
cine. El montaje rítmico con ese Far
l'amore de Raffaella Carrà (que lo hace todo más bellamente grotesco), esos
planos fugaces de unos personajes variopintos que no dejan indeferente a nadie
con su mera presencia y movimiento justo; rostros enigmáticos por su propia
imagen brevemente flasheada en nuestras retinas, que aún tienen que procesar
otro; pero ahora aparece una banda de mariachis y ambas músicas cuadran en
ritmo a la perfección. La iluminación en esta secuencia también es de destacar,
utiliza los recursos oportunos creando una fotografía única. La frenética
marcha de esta fiesta se detiene de pronto en la infantiloide cabina de la
stripper y vuelve otra vez al dance italiano y la gente borracha y gritando;
otra vez pausa a un interior, diálogo; vuelta a la fiesta, llega Jep. Por medio
de un ritmo caóticamente controlado, se nos ha presentado el submundo de la
élite cultural romana, formado por los amigos de Jep Gambardella (y personajes
principales y secundarios de la película). El resultado de todo esto es una
escena musical sobresaliente con toques de humor, fantasía en cierto modo, y un
mensaje muy potente y sugerente como guinda.
Este juego cambiante pero
apropiado de ritmos, una caligrafía cinematográfica de los más moderna y
versátil, que en ocasiones roza el capricho único del director, la inmensa
variedad de texturas y colores con los que juega la película, y el uso
primordial de la música de lo más diversa hace redonda la totalidad de la obra,
que se enriquece de un trabajo actoral sublime por Toni Servillo (Jep Gambardella), actor fetiche de Sorrentino, lleno
de matices y variedad de registros en un personaje increíblemente construido
física y psicológicamente.
Nada es casual en La gran
belleza, nada es gratuito. Todos los elementos están situados en el lugar
preciso, conectados con los demás en su lugar correspondiente. Perfectamente
hilado, huyendo de la linealidad en el relato, que ofrece un tratamiento mucho
más ágil y también misterioso. El modo en que se presentan las secuencias, el
cómo están ordenadas y sus transiciones está pensado de un modo realmente
enigmático pero reconfortante.
La banda sonora es de lo más
ambivalente. Paolo Sorrentino en cada una de sus películas demuestra que es un
gran amante de la música y buen conocedor de música de todos los estilos. Es
uno de esos directores que sabe qué canción o qué sonido va a la perfección con
x momento de la película. En La gran
belleza está la prueba, están cubiertos todos los registros que precisa el
relato y el cine que pretende mostrar Sorrentino; tenemos arias de ópera,
mambo, dance y cantautores italianos (por nombrar los más característicos).
Reconozco que las comparaciones son odiosas,
pero es este caso es inevitable hacerla La
Dolce Vita. Paolo Sorrentino ya afirmó que no quería que se le comparase
con Fellini, y sí, La gran belleza es
una obra única y muy actual que tiene un texto original difícilmente
comparable, pero es evidente que existen una serie de elementos formales, en el
tratamiento, y ciertas ideas y conceptos que se reconocen en la película de
Fellini.
Para empezar, Jep Gambardella es
un periodista que fue escritor; Marcello Rubini es paparazzi y escritor. La dolce vita muestra los encuentros de
Marcello Rubini con la élite cultural y artística de Roma, mostrando a unos
personajes desmitificados de su grandilocuencia, desde una perspectiva de
belleza y embelesamiento en la forma; La
gran belleza muestra los andares de Jep Gambardella, un periodista que se
codea con los artistas e intelectuales más notables de Roma y reflexiona sobre
la belleza, la ciudad y sobre su vida. Las escenas de fiestas en sendas
películas son de una similitud muy reconocible (presente está el gran logo
luminoso de Martini en las dos); elementos exóticos y esperpénticos filmados
mediante un formalismo preciosista muy enriquecedor.
La crisis del artista, la frustración no
manifestada de Jep Gambardella por no haber encontrado la gran belleza y vuelto
a escribir otro libro; el devastador paso del tiempo, y como Gambardella va
viendo morir a sus seres queridos y reflexiona sobre la vida y la nada; la
belleza, tan presente y aparentemente obvia, pero ignorada por muchos; la
corrupción, siempre presente en la sociedad italiana de Berlusconi; la
religión, otro elemento primordial de la sociedad italiana y muy presente a lo
largo de la vida de Gambardella y sus círculos; crítica al arte vacío, a la
hipocresía de la clase alta intelectualoide, a la ignorancia en general; la
literatura, mencionándose constantemente en los diálogos de estos personajes
cercanos a ella, con referencias y homenajes de autores como Proust o Flaubert,
entre otros. Estos son los temas más importantes tratados en La gran belleza, una película que abarca
unas dimensiones tan grandes como su propio título.
“Viajar es útil, ejercita la imaginación. Todo lo demás es desilusión y fatiga. Nuestro viaje es enteramente imaginario. Ahí reside su fuerza.
Va de la vida a la muerte. Personas, animales, ciudades y cosas, todo es inventado. Es una novela, nada más que una historia ficticia. Lo dice Littre, él no se equivoca nunca.
Y además cualquiera puede hacer otro tanto. Basta con cerrar los ojos.
Está en la otra parte de la vida”.
- Louis-Fedinand Céline (Viaje al centro de la noche)
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