lunes, 9 de marzo de 2015

Roma o morte, las sutilezas esperpénticas de La Gran Belleza



      La grande belleza (2013), sexta película del director napolitano Paolo Sorrentino (Il Divo; Un lugar donde quedarse), es una obra de arte potente, hipnótica, sarcástica e infinitamente bella.  Se ha convertido, parar casi todos, en estandarte principal del nuevo cine italiano, y de los últimos años. Ha cosechado muy buenas críticas y buena acogida internacional, así como el Oscar a mejor película de habla no inglesa (siendo el décimo cuarto para Italia).

Sorrentino destila sensatez con su cine. La gran belleza es un ejercicio intelectual que requiere la máxima atención para apreciar todos los matices que contiene, pero con un contenido y tratamiento abarcable para casi todo el público adulto, paciente y ávido de cultura. La belleza plástica que el director de fotografía Luca Bigazzi aplica a la película es un elemento que llega a los límites del preciosismo y está presente en la totalidad del filme. Éste no se limita a presenciar los predecibles escenarios de gran belleza italiana, sino que también nos muestra las miserias de la sociedad desde un tono de humor negro muy sutil que se trasmite por medio de increíbles diálogos entre las grandes figuras culturales e intelectuales de una Roma situada en un futuro cercano, como se deja intuir en ciertos momentos de la película (véase la secuencia en la clínica de cirugía plástica "exprés").
      
      La gran belleza trata del inicio en la tercera edad de Jep Gambardella, periodista refutado y escritor de la que fue su única novela (El aparato humano), con la que adquirió notoriedad en el mundillo artístico romano. Gambardella se codea con la élite cultural romana y deambula sin rumbo entre sus historias, sus tristezas y sus muertes; una élite cultural bella y grandilocuente, pero que se droga, va de putas, es hipócrita y, sobre todo, esperpéntica. Gambardella es un personaje tranquilo y observador, que se pasea por sus rincones favoritos de Roma, ciudad que contempla desde su ático situado junto al coliseo y, como dice Jep: “rodeado de instituciones religiosas”, haciendo clara referencia con sorna a la cantidad de conventos e iglesias de toda Roma.

Nuestro protagonista se nos presenta muy sabio, muy querido por todos y muy cínico. Como ya apuntábamos anteriormente, el mensaje y tono de la película está muy bien llevado por unos diálogos escritos de manera muy cuidada, ingeniosos y sonoramente potentes; la cháchara y verborrea que tienen ciertos allegados a Gambardella tienen un punto de hipocresía desmantelada siempre por el protagonista, que mantiene una actitud pasiva frente a todos, que están desbordados por sus miserias y problemas, problemas que suele conllevar la vida, y que Jep ya ha asimilado. Sufre también, pero siempre lo vemos situado un paso por delante del resto, que se empeña en seguir engañándose a sí mismo. Impresionante el discurso que le suelta a Stefania, que remata con la conclusión perfecta para esta idea presente durante todo el metraje:
“Stefà. Madre y mujer. Tienes 53 años y una vida devastada. Como todos nosotros. Así que en lugar de darnos clases de ética y mirarnos con antipatía, deberías mirarnos con afecto. Estamos todos bajo el umbral de la desesperación. No tenemos más remedio que mirarnos a la cara, hacernos compañía, tomarnos el pelo”.
      
      Desde el comienzo, La gran belleza es atrapante a más no poder. Partiendo de una cita de Louis-Ferdinand Celine en Viaje al centro de la tierra, que anticipa bastante el mensaje de la película (con numerosas referencias sugerentes a grandes escritores clásicos, música culta y arte en general), Paolo Sorrentino nos empieza a deslizar grácilmente por los alrededores de la plaza Giuseppe Garibaldi, decorada con unos personajes mínimamente pintorescos que admiran las letras de Roma o morte de la estatua (otro guiño a Jep Gambardella, que vivirá en Roma casi toda su vida en busca de la gran belleza). El manejo ágil de la cámara en esta presentación del filme, endulzada con un clasicismo en la forma muy meticuloso y el elemento musical (tan importante siempre en el cine de Sorrentino) del coro de ópera que nos canta de un modo tan cautivador (y al que vemos), se unen causando en el espectador el síndrome de Stendhal: enfermedad sicosomática que produce el aumento del ritmo cardíaco, vértigo, confusión, depresiones e incluso alucinaciones cuando se es testigo de obras de arte, paisajes, cosas de gran belleza.

De esta escena de paz y belleza, pasamos al esperpento. La esperpéntica fiesta que Paolo Sorrentino nos brinda esta larga introducción es, quizá, la fiesta mejor rodada de la historia del cine. El montaje rítmico con ese Far l'amore de Raffaella Carrà (que lo hace todo más bellamente grotesco), esos planos fugaces de unos personajes variopintos que no dejan indeferente a nadie con su mera presencia y movimiento justo; rostros enigmáticos por su propia imagen brevemente flasheada en nuestras retinas, que aún tienen que procesar otro; pero ahora aparece una banda de mariachis y ambas músicas cuadran en ritmo a la perfección. La iluminación en esta secuencia también es de destacar, utiliza los recursos oportunos creando una fotografía única. La frenética marcha de esta fiesta se detiene de pronto en la infantiloide cabina de la stripper y vuelve otra vez al dance italiano y la gente borracha y gritando; otra vez pausa a un interior, diálogo; vuelta a la fiesta, llega Jep. Por medio de un ritmo caóticamente controlado, se nos ha presentado el submundo de la élite cultural romana, formado por los amigos de Jep Gambardella (y personajes principales y secundarios de la película). El resultado de todo esto es una escena musical sobresaliente con toques de humor, fantasía en cierto modo, y un mensaje muy potente y sugerente como guinda.

Este juego cambiante pero apropiado de ritmos, una caligrafía cinematográfica de los más moderna y versátil, que en ocasiones roza el capricho único del director, la inmensa variedad de texturas y colores con los que juega la película, y el uso primordial de la música de lo más diversa hace redonda la totalidad de la obra, que se enriquece de un trabajo actoral sublime por Toni Servillo (Jep Gambardella), actor fetiche de Sorrentino, lleno de matices y variedad de registros en un personaje increíblemente construido física y psicológicamente.

Nada es casual en La gran belleza, nada es gratuito. Todos los elementos están situados en el lugar preciso, conectados con los demás en su lugar correspondiente. Perfectamente hilado, huyendo de la linealidad en el relato, que ofrece un tratamiento mucho más ágil y también misterioso. El modo en que se presentan las secuencias, el cómo están ordenadas y sus transiciones está pensado de un modo realmente enigmático pero reconfortante.

La banda sonora es de lo más ambivalente. Paolo Sorrentino en cada una de sus películas demuestra que es un gran amante de la música y buen conocedor de música de todos los estilos. Es uno de esos directores que sabe qué canción o qué sonido va a la perfección con x momento de la película. En La gran belleza está la prueba, están cubiertos todos los registros que precisa el relato y el cine que pretende mostrar Sorrentino; tenemos arias de ópera, mambo, dance y cantautores italianos (por nombrar los más característicos).
      
     Reconozco que las comparaciones son odiosas, pero es este caso es inevitable hacerla La Dolce Vita. Paolo Sorrentino ya afirmó que no quería que se le comparase con Fellini, y sí, La gran belleza es una obra única y muy actual que tiene un texto original difícilmente comparable, pero es evidente que existen una serie de elementos formales, en el tratamiento, y ciertas ideas y conceptos que se reconocen en la película de Fellini.

Para empezar, Jep Gambardella es un periodista que fue escritor; Marcello Rubini es paparazzi y escritor. La dolce vita muestra los encuentros de Marcello Rubini con la élite cultural y artística de Roma, mostrando a unos personajes desmitificados de su grandilocuencia, desde una perspectiva de belleza y embelesamiento en la forma; La gran belleza muestra los andares de Jep Gambardella, un periodista que se codea con los artistas e intelectuales más notables de Roma y reflexiona sobre la belleza, la ciudad y sobre su vida. Las escenas de fiestas en sendas películas son de una similitud muy reconocible (presente está el gran logo luminoso de Martini en las dos); elementos exóticos y esperpénticos filmados mediante un formalismo preciosista muy enriquecedor.
     
      La crisis del artista, la frustración no manifestada de Jep Gambardella por no haber encontrado la gran belleza y vuelto a escribir otro libro; el devastador paso del tiempo, y como Gambardella va viendo morir a sus seres queridos y reflexiona sobre la vida y la nada; la belleza, tan presente y aparentemente obvia, pero ignorada por muchos; la corrupción, siempre presente en la sociedad italiana de Berlusconi; la religión, otro elemento primordial de la sociedad italiana y muy presente a lo largo de la vida de Gambardella y sus círculos; crítica al arte vacío, a la hipocresía de la clase alta intelectualoide, a la ignorancia en general; la literatura, mencionándose constantemente en los diálogos de estos personajes cercanos a ella, con referencias y homenajes de autores como Proust o Flaubert, entre otros. Estos son los temas más importantes tratados en La gran belleza, una película que abarca unas dimensiones tan grandes como su propio título.


“Viajar es útil, ejercita la imaginación. Todo lo demás es desilusión y fatiga. Nuestro viaje es enteramente imaginario. Ahí reside su fuerza. 
Va de la vida a la muerte. Personas, animales, ciudades y cosas, todo es inventado. Es una novela, nada más que una historia ficticia. Lo dice Littre, él no se equivoca nunca. 
Y además cualquiera puede hacer otro tanto. Basta con cerrar los ojos. 
Está en la otra parte de la vida”.
- Louis-Fedinand Céline (Viaje al centro de la noche)


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